lunes, 27 de octubre de 2008

Pedro Páramo en casa de Ángel Gigante

Hola a tod@s:

Hace poco estuve charlando con el querido Ángel sobre el tsunami de ideas que desencadena él solito, en este espacio y tiempo del blog. Hablando sobre el hecho de escribir con las tripas, con las ventajas expresivas y las lagunas estilísticas que ello conlleva, ofuscado por su ofrecimiento, le prometí que colgaría algún comentario y en eso estoy.

A raíz de su conocimiento íntimo y extenso de un área de sudamérica, le hice una observación sobre la diferencia de texturas entre la sangre de latinoamericanos y europeos. Dícese que aquellos son efervescentes y nosotros más contenidos y creo que esto se refleja en la literatura que producimos. Como ejemplo le cité mi reciente experiencia con la novela "Pedro Páramo", de Juan Rulfo, que me fue recomendada por un querido amigo y cuya lectura ha resultado ser un descubrimiento. Por eso aprovecharé el regalo de ser invitado en la casa virtual de Ángel para divagar un rato en tierra amiga.

Os diré que la lectura de “Pedro Páramo” ha sido para mí una experiencia literaria más cercana al ácido lisérgico que al goce intrínseco de la historia en sí. El surrealismo latinoamericano tiende a marearme como la entrada repentina en un mercado de especias. La lectura de estas páginas pulsa resortes íntimos que activan recuerdos y sensaciones enterrados en el subconsciente, ligados al núcleo duro de nuestra personalidad, como una suerte de psicoanálisis intruso. Diríase que asistimos a una suerte de Candomblé particular en el que los Orixás que nos poseen son nuestros propios muertos y el libro oficia de Mae-de-santo.
En esta literatura no es la razón la que prima, ni la línea argumental. Lo que nos remueve por dentro es la descarnada cercanía a los paradigmas del costumbrismo del que somos hijos, a las historias familiares contadas a medias en nuestra presencia infantil, a las miradas cruzadas, a los siseos del silencio imperativo sobre los trapos sucios de nuestra sangre. Incluso siendo adultos, para nuestros padres siempre somos niños a los que proteger de la verdad que amenaza con derribar la imagen familiar modélica que se empeñan en crear y que la realidad del tío maricón, la prima casquivana, el abuelo borracho o la madre mezquina pueden arruinar.
Nuestros padres no se dan cuenta de que, como dice un personaje de ”El péndulo de Foucault”: "Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos. Nos formamos con desechos de sabiduría".
Es más: creo que nosotros tampoco nos damos cuenta y que caemos en el mismo error de nuestros padres. Por eso, al leer este tipo de historias, sentimos esa desazón embriagadora de lo irreal, pero cercano, que sentimos con la tripa, no con el cerebro.
Como decía mi admirado Anthony Blake: “no le dé más vueltas; no tiene sentido”.

Por lo demás, volviendo al mero hecho literario; mis experiencias anteriores con la literatura latinoamericana son escasas: “Cien años de soledad”, “El Aleph”, “La casa de los espíritus”, “La ciudad y los perros” y algo de poesía, principalmente Pablo Neruda.
No termino de conectar con el sentido exaltado de la existencia en esas latitudes. En España, esa visceralidad queda mitigada por una Historia vinculada al occidente europeo y exotizada por una inoculación mediterránea oriental que nos hace únicos. Somos capaces de lo profundo y de lo superficial, lo que, bien es cierto, nos infiere el vicio de la hipocresía. Este es el resultado de ese sincretismo forzado por nuestra terrible y magnífica historia.

En definitiva y para no abusar de la hospitalidad de un amigo; vale la pena leérsela con una botella de Mezcal cerquita.

Querido Ángel: como diría Chavela Vargas, "...Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena". Un abrazo!

Jesús

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